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Conviene realizar una importante distinción teórica que, en la práctica, resulta sustancial. El considerado envejecimiento normal se caracteriza por un pequeño declive en determinadas funciones cognitivas (atención, memoria, funciones ejecutivas...), si comparamos el rendimiento de una persona mayor de 65 años con el de una joven. Por ejemplo, la denominada inteligencia fluida, aquella encargada de resolver tareas y aplicar estrategias, declina levemente con la edad; por el contrario, la inteligencia cristalizada, formada por todos aquellos conocimientos y experiencias acumulados a lo largo de la experiencia vital, se mantiene e incremente con el paso de los años.
A diferencia del envejecimiento considerado normal, el deterioro cognitivo leve supone un declive en una o más funciones cognitivas en comparación con personas de la misma edad y el mismo nivel educativo. Por tanto, sería una situación fuera de la normalidad. Aunque puede suponer una fase inicial o previa a una demencia, también existe la posibilidad de que este estado cognitivo se estanque, interfiriendo mínimamente en la realización de las actividades de la vida diaria. En el envejecimiento normal la actividad social y laboral se encuentra totalmente preservada.
Por último, la demencia es una situación de mayor deterioro cognitivo, en la cual se encuentra un deterioro en dos o más funciones cognitivas respecto al grupo de edad y nivel educativo de la persona. En este caso, la interferencia con las actividades de la vida diaria es de carácter grave.
Estas tres condiciones especificadas están claramente diferenciadas y, aunque han sido redactadas por orden de gravedad, no se trata de fases encadenadas temporalmente que tengan lugar de forma necesaria.
