No me gusta nada cuando estoy con mi grupo de amigos,
todos jubilados, y alguien que habla de nosotros dice: “¡mira qué bien se lo
pasan esos abuelos!”
Incluso a veces, en algún
programa de televisión o en algún periódico, escucho o leo cómo dicen “los
abuelos esto” o “los abuelillos aquello”.
El otro día estaba visitando a un
amigo, que se ha ido a vivir a una residencia porque no tiene familia cercana
que pueda ayudarle con sus dificultades de movilidad, y escucho cómo uno de los
trabajadores entra en la sala y dice: “¿cómo están mis abuelitos?”
En primer lugar, yo sólo tengo
dos nietos. Son dos chicos estupendos, que se llaman Violeta y Miguel. Son un
encanto de chavales, los quiero mucho y no necesito más nietos. Todas esas
personas que me llaman “abuelo” no son mis nietos. Y además, ¿y si no tuviera
nietos? Entonces ni siquiera sería abuelo!
En segundo lugar, yo soy abuelo,
tío, primo, hermano y cuñado. Y he sido nieto, hijo y sobrino. ¿Por qué no me
llamas hermano o “brother”, como dicen algunos chavales jóvenes? Soy tan
hermano como abuelo.
Y, por último, tengo nombre. Aunque
me llamo José siempre me ha gustado que me llamen Pepe. Si no me conoces,
pregúntamelo. Y si ya sabes cómo me llamo, utilízalo, si no ¿para qué se volvieron
locos mis padres en su momento para decidir mi nombre? Pero no lo olvides, me
gusta que me llamen Pepe, no Pepito ni Pepiño. Soy Pepe.
Yo no pido respeto, en el sentido
anticuado de la palabra; no quiero que me traten de usted ni tener prioridad
ante personas de otras edades. Simplemente quiero que me traten como persona
adulta que soy, con un trato adecuado y cordial.
Seguramente esto es lo que piensan
las personas mayores cuando les llaman abuelos, aunque no lo digan. Utiliza la
empatía, ponte en el lugar del otro, y trátale como te gustaría ser tratado.
Son personas, adultas, que merecen un trato adecuado y digno.